Rob Verf: la fugacidad viaja en bolsas de basura
Clarin – Revista Ñ, 2022
Ana Maria Battistozzi
En su muestra Vanitas, el holandés residente en Buenos Aires, reelabora el género clásico barroco desde la perspectiva actual.
Nacido en los Países Bajos, Rob Verf tiene una larga trayectoria en la Argentina.
Durante largo tiempo los museos (especialmente los de Bellas Artes) fueron ámbitos consagrados exclusivamente a aquello que había tenido el mérito de ingresar a la Historia de ese enorme corpus que desde el siglo XVIII hemos dado en llamar Arte. Un universo de entidades simbólicas, únicas e irrepetibles que debía ser preservado con rigor y esmero. De allí que lo contemporáneo no pudiera siquiera rozarlo. A punto tal que la obra de los artistas activos tenía vedado el acceso, al menos hasta tanto el tiempo pronunciara su veredicto –invariablemente post morten– jalonado de consideraciones esencialistas y determinantes.
Esto fue así hasta que los vientos de los años 70 impusieron algo distinto. Fue entonces que el bosnio Braco Dimitrievic se animó a irrumpir en el Louvre desplegando instalaciones conceptuales en sus emblemáticas salas.
Nuestro Museo Nacional de Bellas Artes no tardó en asimilar este tipo de experiencias. Bastará recordar la exhibición Huésped que en 2009 mezcló la colección de arte contemporáneo del MUSAC de Castilla y León con el patrimonio del MNBA y así también la vibrante experiencia de Bellos Jueves en 2014.
La exposición Vanitas reúne obras de Rob Verf con piezas de la colección del MNBA.
Hoy la irrupción del arte contemporáneo es aceptada como un modo de poner en tensión el patrimonio. Y, sobre todo, resignificarlo a partir de renovadas lecturas como la que proponen en estos días el artista Rob Verf y la curadora Marta Penhos en el segundo piso del MNBA. El nexo entre ambos es la reelaboración de un género particular de la pintura barroca holandesa desde una perspectiva actual que este artista –de origen holandés– lleva acabo desde la afinidad que le otorga su propia cultura y formación.
La muestra se llama Vanitas, como la variante filosóficamente melancólica del género de la naturaleza muerta que alcanzó niveles de refinamiento extraordinario en el Siglo de Oro holandés. Se diría que las naturalezas muertas y esta variante ilustran dos modos de reflexión sobre la vida y la muerte. Mientras las vanitas aluden a la fugacidad de las cosas y la inevitabilidad de la muerte, alegóricamente representadas por una calavera y una vela que ilumina tenuemente en lo oscuro, la naturaleza muerta es un intento de retener en un instante el goce de los placeres materiales. Una apelación a los sentidos en el preciso momento en que todo resplandece; las flores perfuman, las uvas y las granadas se abren sobre un paño y los reflejos de la luz atraviesan la jarra de agua y la copa de vino.
Desde una perspectiva contemporánea, Rob Verf descompone la visión imperecedera de ese instante en una pequeña tela de 2019, “Naturaleza muerta, frutas artificiales”, que evoca algunos elementos de la tradición holandesa como el pavimento rebatido y la propia composición de frutas atravesada por un gran enfriamiento de la imagen. Una suerte de disección del objeto central que además se compone de frutas artificiales.
“Comienzo de una vanitas”, 2011, de Rob Verf. Óleo sobre tela, 75 x 90 cm.
¿Podría ser ese el punto de partida de las reflexiones del artista que lo llevan a considerar la inevitable condición de desecho de la naturaleza muerta contemporánea? ¿O acaso la memoria de aquella filosófica advertencia sobre la fugacidad de las cosas materiales, ahora consumada en ese estado de obsolescencia rápida que caracteriza la vida contemporánea?
Como un flaneur del siglo XXI, Rob Verf recorre las ciudades y se encuentra con que el vibrante movimiento de la vida moderna que tanto entusiasmó a Baudelaire ha sido reemplazado por ríos de basura. En esos recorridos el artista hace registros fotográficos. Se detiene en configuraciones de distintas texturas y formatos. Pero va más allá y las lleva al plano de la pintura. En “Resonancia Magnética: imagen de una sociedad”, la extensa tela de 140 x 1020 cm pareciera aspirar a un diagnóstico en imágenes de esa sociedad del desperdicio. ¿Enferma de autodestrucción?
Definida como políptico, un formato que frecuentaron las imágenes devocionales de la pintura religiosa, la tela surge aquí como una interminable radiografía -¿o resonancia?- que asimila los mismos valores tonales de esas imágenes. Para contrastarla están las imágenes del propio Verf en el itinerario reflexivo que lo llevó desde una descomposición formal de la naturaleza muerta a la más ajustada asociación con las Vanitas consumadas de nuestros días.
Referencia insoslayable en ese itinerario son las distintas versiones de naturaleza muerta que acompañan la indagación del artista, desde la exploración que Marta Penhos realizó en la colección del Museo. Una investigación que rescató naturalezas muertas del siglo XVII pero también pinturas de Renoir, Braque, Diego Rivera, Lucio Correa Morales y Pettoruti, cuando el motivo de reflexión filosófica devino sujeto de investigaciones plásticas o formales como las que encaró la modernidad y precedieron esta visión inquietante que Verf nos muestra ahora.