Pensamos, pues, con nostalgia en un universo donde el hombre, en vez de actuar furiosamente también sobre la apariencia visible, se hubiera empleado para deshacerse de ella, no sólo en rechazar cualquier acción sobre ella, sino en desnudarse lo bastante para descubrir, en nosotros mismos ese lugar secreto a partir del cual habría sido posible una aventura humana muy distinta.1
La muestra de Rob Verf pregunta por lo que ve la mirada: ¿qué vemos después de ver?, ¿qué hacemos con lo que vemos?, ¿cuál es nuestra mirada posterior?, ¿qué resto, qué residuo queda de nuestras percepciones? El título: “Imagen posterior” remite a una visión diferida, en retard, donde lo diferido mismo es una operación de desmontaje del cuerpo femenino visto desde el imaginario de la ciencia- hasta llegar a una abstracción que “desnuda”. El artista nos da su versión de lo que oculta la percepción: él, hace visible.
Si bien en las obras del 2000 predominan la sugerencia y el velamiento de la imagen, como en “ Abstracto “y “Situación”, en las del 2007 / 2008 nos invita a hacernos cómplices para espiar sus “cajas de ver”, o bien muestra con el juego de espejos, la duplicación de la imagen prolongando el desnudo hacia fuera, mostrándolo en su reducción total, en su esencia carnal. Verf convierte a los cuerpos en estructuras esquemáticas; pone fragmentos y marca pulsiones en forma abstracta para desarmar la experiencia y sugerir lo que el discurso de la ciencia no puede apresar. Si lo que mueve al ojo es lo invisible, en este caso lo invisible tiene la carga de lo corpóreo: es la pura energía del sexo, la libido. La asepsia de los diagramas y objetos de formas abstractas y despojadas remite al mundo de las pulsiones: paradójicamente, lo más abstracto es, aquí, lo más vital.
Hay referencias a la tradición de la pintura-los interiores de la escuela holandesa-, a su pasado –las “cajas de ver”–, pero la incitación a espiar nos recuerda más bien al Etant donné de Marcel Duchamp.Y en el marco de una propuesta aséptica, despojada, equilibrada, Rob introduce la inquietud, lo que perturba. ¿Qué es, sino, esa mancha minúscula en la pulcra pared al lado del objeto / vagina en la pintura “Desnudo en el reflejo de un espejo”?: ¿una desprolijidad en la factura?, ¿restos de semen?, ¿humedad? Lo cierto es que esa mancha viene a ser disruptiva, crea zozobra en el gélido ambiente de laboratorio. ¿Y los pequeños labios rojos en la serie “Desnudos en el reflejo de un espejo”, esas aberturas sangrientas cuyas formas carnosas reverberan como carteles luminosos? En estas cajas y en “Desnudos a la luz de la luna” presenta cuerpos que son formas geométricas, fragmentaciones, restos de una materia desconocida que nos parecen artificiales; con ellos el artista crea un mundo donde el sexo impone su presencia.
El símil de una estructura molecular suspendida en el techo –“Mujer en el reflejo de un espejo”– proyecta su sombra sobre la sala, cobijándola. Un doble juego de reflejos –sombra y espejo– que Verf llama una “confrontación total”. Esa imagen duplica también el juego especular de la única pintura de la muestra. En efecto, “Imagen posterior” muestra lo que no está presente, huellas, residuos, sombras que hablan tanto de una manera de mirar como de la elaboración de un mundo donde el cuerpo femenino, el desnudo y el espejo son la materia central de las indagaciones del artista.
1. Jean Genet, “El taller de Alberto Giacometti” en El objeto invisible- escritos sobre arte, literatura y teatro, Barcelona, ediciones Thassalia, 1997, p. 33.